martes, 17 de abril de 2007

Quignard IX El Caliz

Una mano terrible ha intervenido bruscamente en la Tierra: la del intercambio único, sin otro fin que su botín, sin otro medio que la propia presión que ejerce, sin otro ritmo que la monotonía de su crecimiento. Esta mano ha impuesto su concordia: es la de una indulgencia despótica. Tiene el sonido verde y nuevo de un dólar que cruje – y cuyo rechinamiento trata de dominar la voz de las lenguas. Por primera vez los comerciantes se dirigen a la totalidad del mercado al que han logrado darle forma. Esta última invasión los excita pero también los limita por la unidad a la que los somete. Su interés consiste en vender, a todos, al mejor precio, lo que se fabrica, es decir al género humano. Fomentan revoluciones en los últimos imperios con el fin de traspasar las fronteras. Se apoyan en el terror para vender la paz. En un instante dominan el deseo de la especie con un objeto único cuya vida, raramente, sobrepasa al día de su adquisición. Este objeto es tan frágil que casi es una imagen de sí mismo. Es, por ejemplo, un cáliz tomado cerca de Soissons, cubierto de oro, y que se rompe. Pobre de aquel que ha conocido lo invisible y las letras, las sombras de los antiguos, el silencio, la vida secreta, el reino inútil de las artes inútiles, la individualidad y el amor, el tiempo y los placeres, la naturaleza y la alegría, que no son nada que pueda intercambiarse y que constituyen la parte oscura de la mercancía. Cada obra de arte puede definirse de esta manera: lo que electrocuta esta luz. Cada frase, en el instante en que es escrita puede definirse de esta manera: lo que hace estallar la pantalla donde se muestra el rostro, cada vez más indefinido, de una clase única de vivíparos fascinados. El destino de aquellos que utilizan el lenguaje no ha sido siempre la hipnosis.